La frase que nos sirve de titular alude a un esfuerzo para sobreponerse a las adversidades (vean el diccionario de la Academia). Pues bien, el textil seguirá impulsando una Gran Transformación, a pesar de una primera decepción en materia de PERTEs.
Humberto Martínez
Director
Hace pocos años dedicamos un artículo de Textil Exprés a comentar el curioso hecho de que, mientras las industrias del textil y de la moda de otros países elaboraban proyectos de alcance sectorial, y los comunicaban e incluso obtenían ayudas públicas para apoyarlos, el español sencillamente parecía limitarse a «estar». A avanzar desorganizadamente (una especie de «sálvese quien pueda»). Y, en el caso de solicitar ayudas, hacerlo en el ámbito de lo pequeño. Nada que ver con una gran iniciativa colectiva.
«El Textil Español No Tiene un Plan», titulábamos, más o menos.
De hecho, textil y vestir no han protagonizado nada realmente ambicioso desde aquellos planes que ya suenan a prehistoria oxidada, aunque fueran en su momento brillantes.
Bajo la perspectiva actual, algo que se llamó Plan de Reconversión Textil, y algo que se llamó Plan de Intangibles o de Promoción de Diseño y Moda, nos suena tan lejano como el arancel proteccionista que salvó al textil algodonero catalán cuando perdió el mercado de las colonias (fundamentalmente Cuba, aunque también Filipinas). O sea, materia de estudio en las aulas de historia económica, a la altura de la transición democrática post-Franco. En fin, polvo y telarañas.
Transcurrido el tiempo, un análisis más fino nos conduce a un par de matizaciones. Es necesario modular aquella afirmación.
Los racimos, y la disgregación del poder de las industrias nacionales.
La estructura que ha adoptado la Unión Europea en el manejo de los planes públicos debería ser objeto de un análisis algún día. Alguien quizá lo haga. Parece hecha para debilitar a los Estados miembro a base de diluir competencias entre unidades regionales de menor tamaño.
Probablemente pueda convenirle a Alemania, donde nadie discute (por ahora) la comunidad de intereses nacional, así que le da lo mismo operar de forma descentralizada, pues hay una fuerza de gravedad propia que lo cohesiona. Pero esto es mera especulación.
El hecho es que, más allá de lo que hayamos hecho en España con el Estado autonómico, en lo que atañe a política industrial Bruselas ha escogido oponerse a las actuaciones económicas nacionales y, por el contrario, favorecer las iniciativas de segundo nivel. Dar poder a lo pequeño, retirarlo a lo grande.
Es cierto que esto abre oportunidades de colaboración transfronterizas entre regiones, lo que puede verse como un espíritu muy europeísta. Lo que tampoco obsta para que dichas alianzas se extiendan a países extraeuropeos. Bien lo vemos en el textil, donde hasta algún país asiático no mediterráneo se beneficia del dinero de los contribuyentes de la UE. Quizá alguna organización de ciudadanos debiera preguntarle a la Comisión Europea por qué dedica el dinero de los contribuyentes europeos a países ajenos a competir contra el empleo en la UE. Aunque su respuesta será fácil: ayudan a que las empresas europeas (creen o no empleo de calidad en Europa) sean más competitivas.
No obstante, esto es una digresión. Lo que importa es que las políticas sectoriales de país están mal vistas e incluso vetadas dentro de la UE, y solo contemplan con benevolencia actuaciones temáticas transversales, o bien regionales, ya sea para la Toscana, para las zonas de Como, de Lyon, de Cataluña, del valle de Albaida o el del río Ave (Portugal), por citar ejemplos de distintos momentos de las últimas décadas, unos reales, otros verosímiles.
Eso mismo ha reducido la importancia y el peso de las organizaciones patronales de ámbito nacional. Hace diez años, todos nos preguntábamos qué sentido tenía la creación de Modacc, una asociación de confeccionistas y género de punto con ámbito catalán, que acogió a las empresas del vestir que quedaron huérfanas del Gremio de la Confección de Barcelona (colapsado por problemas económicos) y las reunió con las de las agrupaciones comarcales catalanas del punto, quitando algo de lustre a la Agrupación Nacional del ramo. Ahora ya lo sabemos: tenía mucho sentido.
En efecto, tiempo después se ha visto que una organización de ámbito regional era más apropiada para canalizar ayudas en el plano autonómico, y que estas son las únicas que de verdad cuentan, ya que las políticas industriales han dejado de vertebrarse, a efectos prácticos, en el nivel estatal. En ese sentido, cobra más sentido la «excepcionalidad» de un Consejo Intertextil con dos cabezas:
—Texfor para Cataluña, pues aunque sea estatal está claro que el textil de cabecera ya tiene poca representación en zonas en las que fue muy fuerte hace medio siglo (Andalucía, Castilla y León, País Vasco), por más que queden excepciones muy contadas aunque notables en Cantabria (denim) y la meseta (hogar, editores).
—Y Ateval para Valencia.
En ese contexto, lo extraño es el fenómeno de la Confederación ModaEspaña, que ha aglutinado a diversos actores sectoriales de ámbito nacional, más o menos conectados con el perímetro amplio de la indumentaria. Pero en general, y hasta que llegó la coronacrisis, su horizonte de política económica era también muy reducido: una campaña de etiquetado de origen con la «Ñ» de la que nos hemos olvidado (nunca tuvo mucha visibilidad), o promover con éxito la creación de unos Premios Nacionales que diesen orgullo a la emprendeduría en el sector.
A la Unión Europea le gustan los «clústeres», y por ello está muy de moda crear entidades con ese nombre, o recalificar como tales a otras asociaciones previas: ya no son los tejedores de tal país, sino el «clúster» de la región equis.
Ahora la palabra ya es vieja, pero antes del libro «La Ventaja Competitiva de las Naciones», de Michael Porter (1990), no se usaba. Entre sus diversas acepciones, el significado más directo de «cluster» es «racimo». Seguro que a un «cluster textil» no le haría gracia presentarse como un «racimo textil», pero es lo que tienen los tiempos y la anglofonía. La guerra de Ucrania (y antes la de Siria) ha puesto tristemente de moda la palabra también en las perversas «cluster bombs», que se han traducido tal cual son: bombas de racimo.
Antes de Porter no se llamaba «racimo» a las constelaciones de empresas nucleares, auxiliares, proveedoras y colaboradoras, de una determinada especialidad en una zona geográfica. Uno de los clústeres que estudió el autor fue precisamente del textil, el de las empresas de género de punto de Carpi, provincia de Módena, de la italiana región de Emilia-Romaña. Otro de los que por entonces emergían con brío era el de Silicon Valley (valle de Santa Clara, bahía de San Francisco), en chips y alta tecnología. Las ventajas de esos entramados residen en la capacidad de generar conocimiento y potenciar un enriquecimiento cruzado.
En todo caso, a la UE le vino de perlas descubrir la importancia de los clústeres, puesto que le permitió a la vez ser muy moderna y rebajar la capacidad de lobby de las patronales nacionales y, como resultado, de las federaciones europeas. Diluir los protagonismos ayuda a diseñar políticas de radio corto.
Por tanto, colofón: el Sector Textil/Vestir español no tuvo un Gran Plan, entre otras razones, porque las coordenadas habían cambiado. Ya no tenemos un marco apropiado para Grandes Políticas de Estado, al menos no en este apartado económico. Paradójicamente, la UE, que presuntamente es una gran potencia por agregación, en materia de política industrial/empresarial es el espacio de las pequeñas cosas. Si a algunos países les ha sido más fácil lanzar planes de sector y de país y obtener permiso y ayudas, es porque han presentado una imagen-país más necesitada. Pero España «se supone» que es una potencia casi a la altura de Italia, así que entramos en la categoría estándar, de la regionalización.
Debe añadirse que, en ese ámbito, el textil español se ha movido todo este tiempo con habilidad y eficacia, y las instituciones han apoyado y siguen aportando instrumentos para que las empresas representadas avancen desde la cooperación de base. Por tanto, he aquí una matización a nuestra propia mirada, que en parte reivindica el mérito (posibilista) de las organizaciones patronales.
Y, por fin, un Gran Proyecto (y, de momento, una Gran Desilusión).
Todo eso cambió con la llegada de la epidemia de Covid-19. El gran parón de las economías, y el reinicio de las actividades del textil tras el frenazo, ya dio lugar a análisis en revistas anteriores de Textil Exprés. Algunas empresas no llegaron a tener un reinicio, en realidad, pues se las arreglaron sabiamente para no solo subsistir sino para mantener el impulso. Otras cerraron, así que los retratos del sector son agridulces.
En cualquier caso, desde el comienzo las organizaciones patronales vieron con claridad que era el momento de proponer actuaciones grandes, para no solo relanzar la actividad sino para modernizarla y alinearla con los grandes objetivos de la economía y de la sociedad. A este fin sumaron fuerzas tanto la Confederación ModaEspaña como el Consejo Intertextil Español, actualmente integrado por Texfor y Ateval. O, lo que es lo mismo, el perímetro del antiguo CIE (Intertextil) al completo (antes de la escisión de las patronales de la confección y del punto), más las actividades periféricas de la indumentaria.
El marco, además, también cambió. Abrió espacio para este tipo de enfoques. La Unión Europea creó los Fondos Next Generation y otros instrumentos para ayudar a ese fin, y el Gobierno preparó un Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia (PRTR), presentado en octubre último, que se despliega en Proyectos Estratégicos para la Recuperación y Transformación Económica (PERTEs), los cuales, según indica el Gobierno en sus textos, tienen ámbito de aplicación en todo el territorio nacional, aclarando que las ayudas no son territorializables.
Por primera vez en mucho tiempo, son planes con fuerte vocación de país, y no de comarca. Por primera vez en mucho tiempo, se piensa en grande.
Todo esto comenzó a gestarse en 2020, en la primera y más brutal oleada de la pandemia, y desde muy pronto el sector comenzó a trabajar, con la ayuda de la consultora Deloitte, para articular propuestas ambiciosas y acordes con las ambiciones del nuevo espíritu de política de recuperación y re-construcción (o de construcción de una nueva realidad, que pueden llamar ustedes 4.0 o como les plazca).
Aquello de que el Textil no tenía un Plan... quedó completamente superado por una realidad de amplio espectro. El Textil no solo tenía un Plan sino que contemplaba varias líneas de actuación.
Pero resulta que el Gobierno no quería un Plan de esas características. Es decir, no lo quería sectorial. Y no porque no fuera posible. El automóvil lo tiene. De hecho, ha sido uno de los primeros aprobados. Pero el automóvil es otra cosa: pocas empresas con un elevado empleo en cada unidad de producción, con el reto del coche eléctrico sobre la mesa. Pero el textil en su conjunto no es menos, sino posiblemente más. Y sus retos son, como poco, igual de desafiantes. Desde luego lo son en materia de sostenibilidad. Pero, seamos claros, también (y mucho) en materia de digitalización.
El Textil/Moda entró en el año con una gran ilusión, y con los deberes bien hechos. Presentó un proyecto documentado, sólido, coherente, que dio lugar a varias manifestaciones de interés en distintas instancias ministeriales. Pero la Administración no estaba por la labor.
El primer trimestre se ha cerrado con una gran decepción. Por supuesto, en meses venideros puede haber otras iniciativas ministeriales que enmienden la frustración. Pero hasta el momento, como ya hemos explicado en otras noticias, el textil solo ha quedado contemplado dentro de un PERTE de Economía Circular que está bien, pero que contempla ayudas cuyo importe prorrateado, en lo que podría «tocarle» al sector, será un 2,5% del importe total que se solicitaba para el plan sectorial.
Los detalles se han venido exponiendo en noticias para suscriptores. Es preciso enfatizar que las ambiciones no solo se reducen en términos de ayudas, sino, obviamente, de inversión total movilizada. El textil pedía subvenciones por 4.000 millones para movilizar otros 10.000 de inversión empresarial, lo que suma 14.000 de inversión total. El PERTE de Economía Circular contempla ayudas por menos de 500 millones (300 de carácter sectorial, a repartir entre tres sectores), para movilizar unos 700 adicionales de inversión privada (1.200 de inversión total). Si el textil no entra en algún proyecto más, y que sea de verdad ambicioso, el total de la inversión aplicada en este sector será casi ridículo. Prorrateando entre los tres sectores ¿Cuatrocientos millones, quizá, contando ayuda pública e inversión privada? Cuatrocientos... frente a 10.000 millones. Hagan cuentas.
Por supuesto, uno puede pensar que el que pide siempre apunta alto, sabiendo que va a obtener menos. Pero la diferencia es de 1 a 25. Parece claramente excesiva.
Pero con los mimbres que haya, habrá que hacer un buen cesto.
La tentación, nada victimista esta vez, es la de elevar un lamento. El sector ha sido, sin embargo, prudente. Y eso es lo sensato.
Es cierto que se ha perdido una gran oportunidad de poner al textil/moda en un estado totalmente diferente, contemporáneo y de futuro, competitivo para unas coordenadas que ya habían comenzado a cambiar, que han cambiado con fuerza durante la pandemia, y que van a seguir modificándose con rapidez en los próximos meses.
Pero la adaptación del sector es ineludible, no puede acabar aparcada.
Y los modestos recursos disponibles no pueden despreciarse. Por otro lado, las corporaciones siguen en su trabajo de «lobby» procurando obtener más instrumentos, entre las distintas actuaciones que puedan seguirse programando desde el Gobierno. Por ejemplo, en materia de digitalización ya hay otros proyectos transversales en curso, aunque su ámbito previsto sea por una parte la relación de las Administraciones con los ciudadanos y de otra la digitalización de autónomos y pymes; y, de momento, con dotaciones discretas. Nada impide sin embargo que en un futuro próximo, si el Gobierno lo considera, se lancen nuevos proyectos más ambiciosos en esa área. Y es precisamente un espacio de actuación en el que la industria y el comercio de textil/moda deberán invertir con fuerza en un futuro muy próximo. Todavía queda la esperanza de que haya suficiente altura de miras.
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