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Textil Exprés Revista 262

Negociación con políticos: ponerle palabras al pensamiento es peligroso.

  • Exigir una depuradora de aguas en Europa es lo correcto. Pero, si destruimos la empresa europea y su función la hace un extranjero que no depura... algo estamos haciendo mal.
  • Las marcas ya empiezan a presionar a sus cadenas de suministro, demandando sostenibilidad pero sin subir los precios. Eso, valga la expresión, no es muy sostenible...
  • Piensen en el riesgo de que aparezca greenwashing y fraude de acreditación... ¡en origen!
  • Y piensen en el riesgo de que la importación pueda intentar colarse por algún resquicio, obviando a los operadores europeos.
  • Si un fabricante asiático lleva el producto, comprado online, directamente de Asia al domicilio del consumidor... ¿quién comprueba si cumple las exigencias de sostenibilidad?
  • Con el e-commerce, ni siquiera las inspecciones de Consumo en tienda sirven para gran cosa.

Actúen con orden y sean consecuentes: Primero, el pasaporte digital de producto. Después, las exigencias al productor y a la marca.

Humberto Martínez
Director

Ante todo, es preciso confesar que este artículo probablemente será poco apreciado por un número amplio de lectores. Y, probablemente, será como consecuencia ignorado de forma voluntaria por muchos. A pesar de compartir con todos ustedes y todos ellos la necesidad de tomar urgentemente medidas en pro de la salud del planeta, este artículo llama a buscar coherencia en las políticas, así como a buscar garantías en favor de una competencia leal en los mercados. Y se basa en la creencia de que hay que ser de verdad exigentes en este ámbito, en todos los aspectos. Este tipo de posturas requieren una valentía poco habitual (y mal retribuida por la audiencias) en una época de «lavado verde» generalizado. En este ámbito, lo que mejor se vende es el buenismo. A las advertencias ni siquiera se les da réplica: se ningunean.

 

Escribíamos en julio («Que la Sostenibilidad no sea un Hara-Kiri») que las prisas en la agenda de Desarrollo Sostenible en Europa, «sin atar flecos ni garantizar que todas las producciones que compitan en Europa cumplan las exigencias legales, podrían disparar un enorme tiro en el pie sobre la base industrial autóctona».

Por una vez adoptábamos un tono enfadado, poco habitual en nosotros, y al que, por otro lado, las asociaciones de la industria en Europa son un poco alérgicas.

Los organismos corporativos del sector (y en buena medida de otros muchos sectores) suelen actuar con guante blanco. En el textil, al último al que oímos adoptar lenguaje combativo, llamando al pan pan y al vino vino, en Europa, fue un tal Julien Charlier, allá por los lejanos 90 del pasado siglo. Han pasado treinta años.

Charlier fue presidente de la asociación de las Mayores Empresas Europeas del Textil y Vestir, Eltac, una de las que se integrarían en lo que actualmente es Euratex. Y explícitamente dijo que ponía fin a las «políticas de salón», por lo que fue muy beligerante contra algunas actuaciones de la Unión Europea, primero en tanto que francés contra determinadas ayudas al textil de países de reciente incorporación (entre ellos, España), y después, en tanto que europeo, contra las políticas de la UE respecto al comercio internacional.

Nunca se volvieron a escuchar en el textil europeo «llamadas a las armas» semejantes (es nuestro modo de hablar, nunca llamó literalmente al combate). Ya no es como cuando, en tiempos de Franco, la industria española algodonera prácticamente dictaba al Gobierno algunas disposiciones legales y obligaba a corregir algún detalle normativo. Hace mucho que el textil carece de capacidad significativa de presión, y sabe que lo mejor es dialogar constructivamente, llorar de vez en cuando un poco, proponer retoques en borradores de directivas europeas, y procurar que la legislación no haga demasiado daño al sector. En consecuencia, los órganos de representación están obligados a tener lo que tradicionalmente se denomina «mucha mano izquierda», un eufemismo para el talante amistoso, incluso halagador y «cómplice», de quien espera la máxima benevolencia de su nunca bien ponderado interlocutor.

 

No será la primera vez en que una medida necesaria para una Europa limpia acabe favoreciendo la competencia «sucia» de los no-europeos.

Por eso, un planteamiento como el que hacíamos en julio no siempre es bien recibido por las corporaciones: muchos piensan igual, pero ponerle palabras al pensamiento es peligroso. Es mejor —parecen asumir— aplicar un cerrojo a los pensamientos y mostrar la cara más amable. En eso consiste, en realidad una buena negociación: en ser dueño de tus silencios, y procurar que tu contraparte sea esclava de sus afirmaciones.

Pero aquí sigue habiendo una verdad que, digámoslo ahora con mayor galantería, resulta muy tozuda: los políticos europeos se mueven siempre en el filo de la incompetencia, cuando anteponen las prisas de la demagogia a la solidez y consistencia de sus propuestas.

En el gran desafío de la sostenibilidad, el textil/vestir europeo se enfrenta a un riesgo grave de que la UE le imponga unas obligaciones que buena parte de la oferta que llegue al mercado sea incapaz de cumplir y, de hecho, incumpla.

Esto ya ocurrió en el pasado (y ocurre en la actualidad) con determinados costes industriales. Fue bueno adoptar en países europeos políticas de protección medioambiental, por ejemplo, que obligaban a depurar los vertidos de aguas, tan contaminantes en algunas industrias, entre ellas las de acabados textiles. Pero eso también redujo la competitividad de las industrias europeas frente a las de Asia, donde, como alguien dijo una vez, era posible saber de qué color habían tintado ayer en una fábrica aguas arriba, solo con mirar de qué color bajaba el río hoy por la mañana.

No hace tanto, un ingeniero español, técnico textil, explicaba que, después de que la fábrica en la que trabajaba cerrase y despidiese a todo el mundo en Cataluña, le contrató otra similar en el norte de África, donde su único cumplimiento de normas medioambientales era asentir y decir amén a los «inspectores» de las empresas norteamericanas y europeas clientes, que de vez en cuando enviaban equipos para acreditar la responsabilidad social de sus proveedores; un «amén» que se concretaba en montar cuatro ladrillos a las afueras de las instalaciones, para poder afirmar, en la visita del año siguiente, que ya habían comenzado las obras de una futura depuradora, que estaría lista vete a saber cuándo.

Con el nuevo planteamiento, al textil europeo se le va a exigir que asuma elevados costes del sistema de recuperación y reciclado de textiles, así como que acredite la sostenibilidad de los procesos, aquí y en origen (a lo largo de la cadena de suministro). Pero no está nada claro qué podrá ocurrir con la mercancía que llegue directamente de terceros sin que una parte de su trayecto discurra por operadores europeos.

 

Fiarlo al buen criterio del consumidor es iluso. Si continúa vendiéndose (a buen precio) producto importado no sostenible, se llevará una buena parte del mercado.

Cierto, la mayoría de las importaciones pasan a través de marcas europeas, que deberán poder demostrar la «salud» de todo el proceso. Pero cualquiera que tenga un poco de experiencia intuirá que puede ser candoroso creer que nada va a escapar del control.

Pensar que una mayor conciencia del usuario ayudará a que el sistema camine hacia la sostenibilidad es iluso. Apuntados a la moda del buenismo, todos decimos que sí, que el consumidor ya apuesta por el consumo sostenible. En realidad, todos respondemos eso en las encuestas. Pero Dirk Vantyghem (Euratex) decía este verano que basta con ver dónde están las colas más largas en las tiendas. Y el sector reconoce que el usuario sigue orientándose a variedad, diseño y, muy en especial, precio, según confirma la práctica diaria. ¡Más aún en un contexto de inflación como el actual, cuando cada céntimo cuenta para llegar vivos a fin de mes!».

Ignacio Sierra de Tendam afirmaba este verano que, al menos, las partes de colección más «sostenibles» tenían la virtud de venderse mejor en su integridad, sin entrar en rebajas y, menos aún, en liquidación de saldo. Lo que no se decía es que esas partes de colección acostumbran a tener series menores (con lo que se exponen menos al riesgo de sobrantes) y, por lo general, son de diseño más afinado para acertar con los gustos del público objetivo.

Por otro lado, la correlación entre precio y sostenibilidad no queda muy clara, dada la osadía de las marcas en calificar como sostenible mucho producto que comete «greenwashing». Estas semanas hemos visto en tiendas carteles que hablan de prendas con «características sostenibles». Eso es agradable al consumidor, pero no dice nada sólido. ¿Qué es eso de «características sostenibles»? Una camisa de mezcla de sintética y otras materias, que fuese difícilmente reciclable e incluso con químicos tóxicos, podría ponerle puños de algodón reciclado y afirmar que tiene «características sostenibles». ¿No es así?

Perdonen la digresión, pero eso nos recuerda aquel texto de etiqueta de un textil catalán de tiempos muy antiguos que, para confundir al consumidor, decía, redactado en inglés, que era un «auténtico símil de cashmere hecho como en Inglaterra». Lo de «cashmere» lo hemos puesto por no recordar la materia, o quizá la estructura del tejido. El resto era tal cual. Un símil hecho a la manera de... pero lo que retenía el usuario era su autenticidad y su «made (as) in England». Pues bien: lo de las «características sostenibles» puede ser lo mismo. Así que ¡hace falta más que eso! Si no lo tienes, el verdadero coste (y correspondiente precio) de la sostenibilidad no es constatable.

Ante esa realidad, es comprensible que el sector presione (ya lo está haciendo) a su cadena de suministro para que le aporte sostenibilidad sin sobrecoste, lo que, dicho con claridad y valga la redundancia, tampoco es muy sostenible en sí mismo. Y si eso sigue así veremos crecientes intentos de «greenwashing» en origen (vender gato por liebre, «características sostenibles» dentro de algo que no lo es), y también de acceso directo al mercado importador eludiendo, en lo que se pueda, el control europeo sobre las garantías de sostenibilidad.

No vamos a nombrar casos específicos, pero ya hay operadores que venden directamente de Asia al consumidor europeo llevándole el producto por avión al aeropuerto, y por repartidor a domicilio. Son casi envíos unitarios, sobre los que la inspección de aduanas poco va a hacer. Si te lo llevan del aeropuerto a tu casa, ni siquiera habrá inspección de las autoridades de consumo en las tiendas.

¿Y qué otro mecanismo de control hay o habrá? En un mundo de creciente e-commerce existen muchos escapes. Fíjense en algo muy sencillo en materia de sostenibilidad. En el sector del electrodoméstico hace muchos años que se aplican legislaciones parecidas a las que le van a caer encima al textil. Por ejemplo, la obligación de retirada de aparatos viejos cuando se vende uno nuevo, y la obligación de ponerlo en el circuito de reciclado, normalmente a través de sistemas de responsabilidad extendida. Pues bien: buena parte de las ventas que se están produciendo online eluden esa obligación. Ya ha sido denunciado, pero el problema persiste. ¿Creen ustedes que va a ser diferente en el textil/moda?

A esto ciertas personas nos responderán algo que sí que es cierto: la instauración de un «pasaporte digital de producto» con perfecta trazabilidad y con completo historial de la cadena de suministro permitirá, al menos, acreditar la sostenibilidad, quedando con ello todo solo al albur de que alguien lo inspeccione.

 

Pasaporte digital de producto: ¡Pónganlo en marcha antes de cualquier otra medida! (y comprueben que funciona).

Y aquí llegamos a algo fundamental, que debemos decir sin acritud pero con rotundidad: señores, es por ahí por donde es necesario comenzar. No debe ser ni posterior ni simultáneo a la entrada en vigor de otras exigencias. Creen primero ese pasaporte. Hagan la normativa correspondiente. Establezcan reglas, métodos y mecanismos de supervisión para comprobar que los pasaportes recogen la información necesaria, y para asegurar que lo que contienen es cierto. Pongan el pasaporte en rodaje, verifiquen que funciona correctamente, que se utiliza de forma adecuada y generalizada, y que hay inspectores que lo verifican de modo regular y efectivo. Y, después, establezcan los requisitos.

Es un poco como lo que ocurriría con el consumo energético de los electrodomésticos: primero creen el etiquetado, y después decidan si quieren prohibir o no la comercialización de aparatos con pésima calificación. O como con los automóviles: primero creen las etiquetas de consumo A, B, C. Y, después, tomen la decisión política, si lo desean o les parecen necesario, de prohibir la circulación del nivel C y limitar el nivel B.

En el caso del textil, y puesto que no se va a exigir al ciudadano que verifique la sostenibilidad de las prendas que viste, lo único demandable será impedir la venta de producto desprovisto de los mínimos legales de sostenibilidad, acreditados en su pasaporte. Pero, si el pasaporte no existe, o existe pero no funciona, o si llega producto exterior que se vende directamente al usuario sin que lo ampare dicho documento, o si nadie controla el eventual fraude en dichos pasaportes, al final tanto requisito de sostenibilidad será un admirable intento por proteger la salud del planeta, pero también una puntilla sobre lo que queda de industria europea del textil/moda. Y también, al final, un mero brindis al sol, puesto que la industria exterior que alimenta a nuestro mercado seguirá perjudicando al planeta sin que nadie le ponga coto.

Por cierto, el pasaporte tampoco será suficiente para esos casos en que el producto pueda llegar directamente de Asia al consumidor, en su domicilio. Porque ¿quién verificará que dicho producto lleva el documento pertinente? Una labor de «policía» o vigilancia debiera ser exigible, también para esos casos, con algún muestreo eficaz (ya que la tediosa comprobación a la unidad resultaría poco factible).

 

Masaje, sugestión... cuatro sortilegios y dos plegarias, por favor.

Decía Ángel Asensio, de ModaEspaña, en julio, que le daba la impresión de que, echando mano del refrán castellano, «estamos poniendo el carro antes que los bueyes». No se refería exactamente a esto (lo del pasaporte digital del producto), sino a otros desafíos de la sostenibilidad, concretamente de naturaleza financiera. Pero en lo que analizamos hoy, la frase es directísimamente aplicable.

Sabemos que las corporaciones del textil están trabajando, en los distintos países y en las instancias europeas, por lograr que la próxima legislación sea lo más coherente y consistente, y que no deje espacio a esas grietas. Ahora bien: este es un sector que ya no tiene suficiente capacidad, ni probablemente ganas, para meterse en estresantes ejercicios de fuerza y presión. Intentará pero contemporizará. Porque cualquier cosa, grande o pequeña, que se pueda obtener en ese sentido, será mejor que nada, y lo que está claro es que la legislación se impondrá, y pronto, y que puede acabar con la existencia de muchas empresas europeas.

De manera que, aparte de la capacidad de masaje y sugestión que se presupone a los negociadores del textil, no vendrían mal cuatro sortilegios y dos plegarias, por si favorecen que los espíritus iluminen a las autoridades europeas.

Pasaporte digital para la moda, primero. Luego, todo lo demás.

Sería una grandísima noticia.

© TEXTIL EXPRES


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