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Desmontando el mito de la calidad personal en el Textil/Moda

  • El textil tiene fama de ser un sector refinado, con personas de talante y categoría especial. No es cierto. O, al menos, no lo es hoy en día. Encontrarás el mismo tipo de personas que en cualquier otro lugar.
  • Pongamos el ejemplo de la naturaleza benefactora de los líderes. Los hay de corazón. Y los hay porque desgrava o porque desean comprar honorabilidad y prestigio. Como en todas partes.
  • En otoño suelen emplearse muchos egresados de escuelas. Si llegas ahora al textil/moda, es probable que hagas buenos amigos, pero como en cualquier otro ámbito. Lo principal es que el oficio te apasione. No esperes una calidad humana diferente. Verás apoyos y zancadillas. Como en cualquier parte.

El camarero de la cafetería me trata bien, pero no por sonreír se convierte en mi amigo. Pues lo mismo pasa con la relación habitual proveedor-cliente. Aunque puedan surgir algunas bellas amistades.

Humberto Martínez
Director

Consejo para jóvenes que acceden a la profesión: en lo humano, esta industria no es ni mejor ni peor. Lo importante es que te apasione el oficio.

Solía tomar café en cierto bar y, de igual manera en que el roce hace el cariño, la frecuentación generaba relaciones cordiales. En algunos ambientes eso se consideraría amistad. Y sin duda tiene mucho calor humano. Que te saluden con una sonrisa hace la vida más amable, aunque solo sea para preguntarte «qué te pongo». Ahora bien: yo no pienso que ni el camarero ni el dueño del bar sean mis amigos, ni que yo sea amigo suyo. O no solo por eso.

Si por cualquier circunstancia (un viaje, unas vacaciones, una baja por gripe) llevaba unos días sin pasar, y me los cruzaba por la calle, me echaban esa mirada de reojo, como inquiriendo si estaría tomando cafés en cualquier otro sitio. ¿Celos? Sí. Del TPV de sus competidores. Ya no voy y no pudimos dejar de ser amigos... porque nunca lo habíamos sido.

Por supuesto, no es lo mismo, pero cuando veo ciertas películas sobre gentes de la mafia pienso que la vida real tiene mucho de eso, rebajando naturalmente el grado de las cosas. Piensen en las historias de gangsters que te tratan afectuosamente, te dan palmadas, comparten secretos íntimos... hasta que tienes un contratiempo económico: de un día para otro cambian la sonrisa por una expresión dura, te sacan la navaja, la pistola o el subfusil y te dicen que, si no pagas mañana, te rajarán o te volarán la cabeza; y, si logras pagar, al día siguiente vuelven a sonreírte y darte palmadas como si nada hubiera pasado. En caso contrario, vas al fondo del mar con un bloque de cemento en los pies.

Salvando enormes distancias, hay en las empresas personas que parecen mafiosos de cine. Desde que «El Padrino» lo pusiera de moda, te aseguran que te quieren mucho, pero que si los negocios lo reclaman te pegarán un tiro, sin que sea nada personal. Bonita disculpa. «No fue personal, querido, solo negocios».

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Esto no es la cafetería ni tampoco una película de la Mafia. Es la vida. Somos clientes y eso NO nos convierte en amigos, aunque lo parezca. Las amistades pueden surgir con ocasión de relaciones de negocios, en efecto. Incluso pueden surgir amores. Pero la cordialidad y la campechanía no deben confundirse con algo más profundo.

Viene esto a cuento porque alguien nos dijo que el textil tiene estas cosas: que se hacen clientes pero, sobre todo, se hacen buenos amigos. La frase es cierta, desde luego, quizá con la excepción del «sobre todo». Lo que no es correcto es sobrentender que estas cosas ocurren en el mundo del textil por ser textil, como si no ocurrieran de un modo parecido en cualquier otra actividad de la vida. Posiblemente en la automoción digan lo mismo, «la industria del vehículo es lo que tiene, que se hacen muy buenos amigos». O en el comercio de material deportivo: «es lo que tiene vender mochilas a alpinistas, que haces muy buenos amigos». O en la aviación. O en el transporte marítimo. O en cualquier otra cosa.

Esto no depende del sector sino de la naturaleza de las personas, que es diversa en cualquier lugar y tiempo. Asociarlo a «las gentes de mi sector» presupone que, por el mero hecho de trabajar en el textil, nosotros somos mejores que otros: más propensos a dar y recibir amistad de la buena. Cuando en todas partes encontrarás personas agradables y desagradables, abiertas y hurañas, bondadosas y malvadas, corteses y groseras, admiradoras de la valía de los otros, y envidiosas y maledicentes. Amigos para toda la vida, posiblemente algunos enemigos, y probablemente muchos indiferentes. Aquí y en Pekín.

Ciertamente el textil alimentó en su día el mito de estar integrado por gentes de una categoría y un talante especial. Fue en épocas vetustas, en las que este tipo de valores estaban más considerados. Antiguos empresarios que construyeron imperios, sin embargo, recelaban de advenedizos codiciosos, pero esas cosas ocurren en todas partes y, al cabo, mucho aristócrata es un plebeyo enriquecido. También en el textil. Aunque en este en concreto, todo hay que decirlo, también ha habido mucho ex-aristócrata arruinado. Y, no, esto no es un reproche a los arruinados. Perderlo todo es algo que puede sobrevenirle a cualquiera, y no solo por dilapidación, así que ello no reduce la talla moral de nadie. Enriquecerse, por el contrario, puede ser merecido o puede ser ilícito. No entremos en sobreactuaciones puritanas, pero tampoco en comportamientos altivos.

Es cierto que, en todo lo relacionado con el diseño, con la creatividad y con lo artístico en general, las personas tienden a ser... ¿cómo decirlo? más refinadas. O a presumir de serlo. Lo que abarca mucho espectro, desde una supuesta mayor cultura hasta una capacidad social y unos valores. Algunas personas refinadas tienen éxito en los negocios, además. En sentido inverso, no todos los que triunfan son refinados.

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Esta alusión al diseño y el refinamiento nos enlaza con una práctica, la del mecenazgo y las obras de filantropía, que caracterizan a los triunfadores. Y que personajes del textil practican en mayor o menor medida según la época.

Sin duda hay personas, y todos las conocemos, que tienen un corazón de oro y que, siempre que pueden, practican la solidaridad humana. Por lo general, estos no dan publicidad a sus buenas obras.

Últimamente vemos muchas gacetillas de relaciones públicas en las que nos informan del apoyo que diversas empresas (de moda, y de otros ramos) dan a ciertas causas humanitarias, o a organizaciones no gubernamentales. A menudo son sinceras. Lo sabes especialmente cuando el responsable de la firma donante ha padecido de cerca una miseria humana. Hablamos del empresario o empresaria que ha tenido un cónyuge con enfermedad degenerativa, a un hijo o hija con cáncer infantil, a un padre o madre con alzheimer, y que hace donaciones periódicas a entidades que se ocupan de combatir o ayudar a quienes sufren cualquiera de esas calamidades. Esos casos son enormemente sinceros desde las entrañas.

Luego hay otros en que dicha relación directa no existe, pero los dueños o directivos de la empresa tienen auténtica sensibilidad y una conciencia de responsabilidad corporativa. Lo hacen porque sí. Porque lo creen necesario y conveniente, y porque tienen posibilidades para ello.

También están quienes piensan en agradar más a sus clientes con un compromiso que les afecta. Si venden a un mercado femenino, por ejemplo, apoyan a ONG relacionadas con las preocupaciones de la mujer, desde la inserción social de madres solteras hasta iniciativas contra el cáncer de mama. Esto sucede con la corsetería y la moda femenina, pero también puede ocurrir y a veces ocurre en los cosméticos, en la industria de las depiladoras, de las compresas, y sigan contando.

Luego están quienes han tenido mucho éxito y creen obligado compartir fortuna con la sociedad, y/o devolverle algo de lo que la vida les ha dado a ellos/ellas.

Iba a decir que, «por último», están los que ya poseen tanto que calculan el beneficio fiscal que le proporcionarán ciertas donaciones, y eso es lo que les mueve en primera instancia. Es muy típico de grandes fortunas, y a veces lo practican en su madurez personas que en su juventud no se distinguieron ni por la fidelidad ni por la conciencia social, incluso puede que se hayan caracterizado por lo contrario. Todos conocemos casos así. En efecto, también en el querido sector textil y de la moda.

Suele ocurrir que muchas de estas razones se entremezclan. A veces el factor que dispara la solidaridad es el buen corazón, y de paso alguien calcula que esto desgravará, así que miel sobre hojuelas. O al revés: algunos buscan formas de desgravar, y gracias a ello hacen una buena obra. Las motivaciones son más o menos loables, pero el hecho en sí es positivo. Dicho de otra manera: si das de comer al hambriento, techo al desvalido, o una terapia cara al enfermo que la precisa, todo sea bienvenido. No preguntemos por qué lo hace, sino aplaudamos que lo ha hecho. Aunque sí que podamos suponer, en nuestro fuero íntimo, lo que ha movido cada iniciativa concreta, y hacer una valoración de ello.

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Es oportuno decir ahora que en nuestro medio recibimos decenas de comunicados de empresa, difundidos por gabinetes de relaciones públicas, que contienen este tipo de contenidos, para mejorar la imagen social de las firmas. Algunas veces las publicamos. La mayoría de las ocasiones, no. Es solo nuestra práctica, que no suele gustar. Entendemos que esas acciones merecen nuestro aplauso interno, pero no nos emociona que se conviertan en un billete de publicidad para engatusar a los clientes. De todos modos, nuestra actitud no impide, por supuesto, que esas notas tengan eco. Hay cientos de medios en el mercado, todos ávidos de cosas para publicar. Así que tampoco perjudicamos a nadie cuando en alguna materia dejamos de actuar de correa de transmisión.

Decíamos unos párrafos más arriba que, entrecomillado, enumerábamos la que era casi una «última» razón de la lista para el ejercicio de la solidaridad y del mecenazgo. «Casi», porque hay otra más, tan vieja como las otras en términos históricos: la voluntad de comprar prestigio. Esto pasa con muchas historias empresariales que nacieron sin pretensiones elitistas (por ejemplo, con la misión de «democratizar la moda» o cualquier otro consumo, vendiendo mucho y barato), y que llegan a un punto en que aspiran a renovar su imagen progresando hacia un nivel superior. Por no hablar de las empresas cuyas caras visibles desean escalar en imagen social personalmente.

Pongamos un ejemplo simulado de la Norteamérica del capitalismo salvaje: un minero del oro, o cualquiera de los denominados «robber barons», podía convertirse en escandalosamente rico y, para hacerse olvidar sus blue jeans desgastados con los que lavaba arena para encontrar pepitas, pasar a vestirse del mejor sastre, organizar galas de beneficencia y financiar museos y becas. Pues aquí también lo vemos tanto en ejercicios de solidaridad con los desfavorecidos como en mecenazgo de las artes, demostrando con lo primero que el corazón es bueno y con lo segundo que el refinamiento personal es exquisito. Con eso puedes pasar, del imperio basado en el telar o la máquina de coser, al corazón del Gotha (el almanaque de la nobleza).

En ese sentido, es de agradecer la transparencia de otras iniciativas que, no siendo benéficas ni orientadas a la exención fiscal, promueven el talento sin esconder que, al tiempo que ayudan y estimulan a jóvenes innovadores, buscan obtener ideas para uso propio. Últimamente hay varias iniciativas empresariales de ese orden. Hablamos de las «aceleradoras de startups», entre otras. No son altruistas aunque resultan positivas para jóvenes que precisan apoyo, para el desarrollo del conocimiento en el sector, y para el crecimiento colectivo. No es solidaridad, pero sí una modalidad de mecenazgo, simultáneamente como apuesta de inversión.

Solo cuando alguna de estas iniciativas es de orden corporativo institucional, como los premios que otorgan asociaciones empresariales o, en su caso, las donaciones solidarias que ocasionalmente también practican, puede descartarse cualquier interés de autorremuneración personal no monetaria.

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Permítannos volver a la esencia del argumento. El textil y la moda no son necesariamente sectores mejores, ni peores, que el resto de las actividades empresariales. A veces se ve por aquí una autocomplacencia de orden moral que carece de sentido. Vanidades, odios, envidias, dobleces, existen como en todas partes. Bondad, sinceridad, respeto, admiración, valía, también.

Si entras por primera vez en esta industria, te anticipo, lector, que harás amigos. Muy buenos. También algunos enemigos. Y muchos conocidos con los que, sin ser amigos en sentido propio, te llevarás bien o mal, o te resultarán indiferentes. El nivel auténtico de cada relación lo conocerás con el tiempo. Es un consejo para estas fechas otoñales en que tantos «egresados» de escuelas, como dicen en Iberoamérica, acceden a la profesión.

Pero este aviso es válido para cualquier ámbito profesional, o simplemente vital, en el que te desenvuelvas. En ese sentido, entrar en el textil y la moda no es ni bendición ni maldición. Es solo una circunstancia como cualquier otra, dentro del desempeño personal. Como en cualquier sector en que te desempeñes, lo importante es que el oficio te apasione y por ello te muevas a gusto. Aparte de eso, aprende a distinguir entre las sonrisas y la amistad, y, sobre todo, entre lo «personal» y «el negocio».

Cuando hablas con profesionales del diseño, o de la ingeniería o de la gestión, que trabajan dentro de empresas textiles y de moda, o si lo haces con los propios empresarios respecto de su relación con otros del ramo, o con clientes, o a la recíproca, de comercios en sus relaciones con proveedores, ves mucha satisfacción pero también decepciones y resentimientos. Quizá el hecho de que el textil se haya vuelto tan competido, que la industria haya perdido peso y sea «menos industrial», y que en la esfera creativa abunden las zancadillas, no ayuda. Pero es lo que hay, y en el fondo es lo que encontrarás en todas partes.

© TEXTIL EXPRES


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